jueves, 29 de abril de 2010

Nace una Araucaria.



Y cuando Arauco despertó llorando,
con los brazos desiertos de tanto árbol arrebatado,
y las lenguas mapuches susurrando maldiciones, viento al sur.
Tomé distancia, empuñé mi pala y seguí cavando.


Era en verano más frío que había visto pasar
la gente ya ni llenaba de dulces armonías las tardes de los esteros,
solo la brisa pálida del atardecer hacía su paso.


-Se ha muerto la madre Araucaria-
Salió en la noche un viejo campesino gritando,
- Y con ella ha partido toda nuestra esperanza.-


Sabéis que los árboles son el alma del originario.
No necesitamos metales, tampoco su oro ni sus estaños,
solo de los frutos que vemos crecer, fraguados con nuestras manos.
El alma del indio siempre vivirá, y su cuerpo no morirá en vano.


Seguí cavando con más fuerza,
y cuando ya fue preciso mi pequeña raíz fui a plantar,
aún entendiendo que mi vida será solo cenizas cuando
aquella nueva Araucaria asombre al más fiero animal.

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