lunes, 26 de julio de 2010

La mujer chilena



La mujer chilena compadre,
tiene piel clara, y muchos colores,
como solo ocurre en su desierto floral.
Tiene ojos que amanecen con sus soles,
y le alumbrarán el camino, más aún en oscuridad.
De labios rojos como el copihue,
y rosas mejillas como el atardecer en Iquique.

La mujer chilena,
sabe dulce, muy dulce como las vides.
Y su sangre arde, para soportar los fríos de este mundo,
los del extremo sur, los de la agonía indeleble.
Convierte en empanadas las tradiciones,
con un poco de pebre y merquen
para la desazón.


La mujer chilena sabe de dar opinión,
de hacerse entender, y respetar a sus semejantes.
Tiene voz sonante, y convicción en la mirada.
No flaquea ante la sumisión de la especie masculina,
pues su delicadeza e intuición a ellos deja sin acción.

La mujer chilena no duda en cargar el arma,
en apuntar y disparar si fuera necesario,
por defender su raza, por defender su tierra,
por defender a los suyos, por defender su independencia.

La mujer chilena cuando ama,
lo hace de los huesos a las entrañas.
Pinta los ríos de ilusiones,
lleva su alma desde los deshielos
hasta las alturas donde se observan hadas.
No escatima en entregas,
aún sabiendo que mañana quizás ya nada exista.

Yo le recuerdo compañero,
debe de tener cuidado con aquella,
pues son suaves y dulces como el mar que baña sus costas,
pero fuertes y temibles como la cordillera que las recorre.

¡Ay de quien después de conocerla
pueda correr a prisa sin llevar una huella de su presencia!

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